miércoles, 9 de agosto de 2017

Si la raíz del árbol está dañada...

...los frutos serán veneno. 
He elegido este dicho de la sabiduría popular para titular el mensaje de hoy.
Este fin de semana nos conmocionó la noticia del asesinato de un joven, cuyo autor es un sacerdote de la Iglesia católica, según su propia confesión a la policía. Al hecho sangriento (muerte causada con golpes de martillo y heridas punzantes realizadas con un cuchillo) hay que sumarle que el joven era menor de edad, servía de monaguillo en la parroquia y venía sufriendo de abusos sexuales por parte de su asesino. Según la versión que maneja la prensa local, el sacerdote sostenía relaciones sexuales con el muchacho a cambio de dinero y regalos. Parece que la convivencia entre ambos no es reciente. Los padres del joven estaban confiados en que el sacerdote no suponía ningún peligro para su hijo. Sabían que había una relación de amistad, pero no sospechaban de nada más. 
Estamos ante un caso de pedofilia y un asesinato motivado por la relación nociva que el adulto sostenía de forma abusiva con un menor de edad inducido a la sodomía. Es más escandaloso y horrible porque la muerte fue provocada por un ministro de la Iglesia, un enviado a ser testigo de vida, de esperanza, de alegría. No nos imaginamos que las manos de un consagrado sean las que empuñen un arma para llevar muerte y lágrimas a una familia y a su hijo. La población dominicana ha quedado consternada y sensiblemente herida por la acción del sacerdote. Las críticas a la Iglesia católica no tardaron en llenar las redes sociales. Y en ellas hemos visto y oído de todo. Desde mi punto de vista, conocedor de las estructuras de la Iglesia por haber vivido varios años en un seminario y ser formador y director de uno, puedo asegurar que el autor de este hecho de asesinato y pedofilia ya ingresó a la institución eclesial con la raíz dañada. A mi modo de ver, el desenlace trágico que ahora estamos lamentando hubiera ocurrido igual tanto si hubiese permanecido dentro como fuera de la Iglesia. Tanto si fuera célibe como si fuera soltero, habría cometido el delito. Es de esto de lo que quiero llamar la atención a los que pretenden enjuiciar y condenar a la Iglesia por el actuar de uno de sus miembros. Hay que descender a las raíces donde nació y creció la tendencia malsana de este individuo, Hay que ir al pasado, a la niñez y juventud de este pedófilo que eligió ingresar a un seminario para llegar a ser sacerdote. Hay que revisar los escrutinios y pruebas  de madurez humana de los que fueron sus formadores en la institución. Hay que regresar al momento en que la planta era pequeña y observar qué o quién la dañó para que hoy ofrezca frutos envenenados. Aun así, la responsabilidad de sus actos es únicamente suya y solamente suya. El pasado condiciona el futuro, pero el presente es responsabilidad del que vive en el hoy. Si no fue capaz de controlar su desviación, nunca debió elegir el servicio del sacerdocio. Nunca debió seguir en la institución sabiendo que en cualquier momento iba a desencadenar esta locura de sangre y lágrimas para una familia. De aquellas raíces venenosas es que estamos cosechando ahora estos frutos amargos y mortales.

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